Se dice que es solo un juego, que solo son once contra once pateando un balón, inclusive se ha comentado que no tiene ninguna dificultad jugarlo, que cualquiera lo podría hacer. Cuando se menosprecia al que para millones es el deporte más grandioso del universo, entonces se necesita ver más allá. Ver a los miles de africanos volcados en la calle sin importar su color de piel, olvidando las diferencias entre blancos y negros, hay que ir a los barrios donde rueda un balón y se olvidan los problemas, las angustias, lo difícil de la vida, hay que ir a las empresas, a las escuelas las cuales solo por un par de horas se quedan inactivas; hay que ir a las grandes capitales y caminar por ellas como si fueran un pueblo fantasma ,hay que sentir como ondea la bandera, como suena el himno, como una pasión puede alcanzar niveles insospechados.
Y es que el fútbol tiene una magia difícil de explicar con palabras, hay que vivirlo, sentirlo, acariciarlo. Cada cuatro años la fiesta está servida, solo 32 países tienen el privilegio de estar ahí sin embargo, el mundo entero se emociona, se une, vibra por un balón. Hoy la fiesta es para un continente olvidado que pide a gritos ser visto y escuchado, un país con problemas como todos, pero con muchas virtudes. Un lugar donde convive el ser humano de la mano de la naturaleza, donde la calidad humana es cercana, tierna. Un lugar con muchas carencias y necesidades, mismas que el balón ha logrado que tan solo por un momento se olviden.
Los africanos ven en éste, su mundial, la oportunidad de saltar al mundo; de que los conozcamos, de salir adelante. Les ha costado mucho, pero ahora es una realidad. Que suene el Wuaka wuaka, que la fiesta comience, que el balón ruede, bienvenidos a Sudáfrica, a la tierra de todos, a la tierra mágica.
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